jueves, 3 de septiembre de 2009

Biografia Arturo Uslar Pietri

Arturo Uslar Pietri nació en Caracas en una casa situada en la calle de Romualda a Manduca, número 102, el 16 de mayo de 1906. Fue hijo mayor del matrimonio entre el general Arturo Uslar Santamaría y de Helena Pietri Paúl. Entre sus antepasados se incluye a Johan Von Uslar, un alemán que luchó con en la Batalla de Waterloo en 1815 y por la independencia de Venezuela. Uslar Pietri se crió en esa casa y en Maracay (Aragua), lugar donde publicó algunos cuentos en revistas juveniles.

Su infancia y adolescencia estuvieron enmarcadas por la provincia venezolana: Los Teques, Maracay, Cagua. Desde 1915 conoció a un compañero que ejercería en él influjo importante y con quien habría de compartir el crecimiento intelectual: Carlos Eduardo Frías. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela de la capital venezolana.

Hay una incidencia particular que podría explicar en cierto modo la actitud de Arturo Uslar Pietri en sus días juveniles, con respecto a los acontecimientos políticos encabezados por los universitarios contra Juan Vicente Gómez. Su abuelo materno, el médico y general Juan Pietri, fue amigo personal del dictador. Estuvo entre quienes lo impulsaron a actuar contra Cipriano Castro, en 1908. Cuando Gómez asumió la Presidencia, el general Pietri formó parte del Consejo de Gobierno, primero como Ministro de Hacienda y luego como Vice-Presidente de la República, en el desempeño de cuya responsabilidad murió en 1911. Uslar era entonces un niño de 5 años; esos vínculos de familia y la condición militar de su padre debieron pesar sobre el joven que desde 1923 cursaba Ciencias Políticas en la Universidad Central. Su conducta en las acciones estudiantiles fue, pues, muy discreta, de modo particular en las protestas de 1928, cuando estaba apenas a un año de obtener su título de Abogado. En cambio, desde temprano se definió en él la vocación literaria. Como alumno de secundaria en el Colegio San José de Los Teques empezó a escribir primeras páginas. Ya en 1922 había publicado un texto, «La lucha» en Billiken. Sus colaboraciones se hicieron frecuentes también en El Universal y El Nuevo Diario .

Lector temprano de modernistas y simbolistas, Eugenio de Castro, Gómez Carrillo, Rémy de Gourmont, Darío, Lugones, Herrera y Reissig, Horacio Quiroga, Valle Inclán, su escritura inicial estuvo señalada por esas tendencias.
A partir de 1925 cambian las perspectivas: contactos intelectuales con otros jóvenes universitarios, nuevas fuentes de lectura; los realistas rusos: Andreiev, Gogol, en especial el libro común de aquellos estudiantes: Saschka Yegulev. Además la Revista de Occidente, editada en Madrid por Ortega y Gasset, y una especie de breviario para el aprendizaje de las nuevas estéticas: Literaturas europeas de vanguardia, de Guillermo de Torre .

Desde 1925 en adelante se incrementa la producción y publicación de textos. Fue abundante la escritura de poemas que sólo recogería en libro ya en plenitud de su carrera literaria: Manoa, (1972). Los primeros cuentos empiezan a difundirse por la misma época. La vida de aquel escritor de 20 años estaba delimitada. Antes de que estallase la pequeña escaramuza intelectual contra válvula, Uslar había publicado un texto dramático reimpreso luego en la revista: «E ultreja». En 1927, un año antes de redactar el manifiesto editorial de válvula, había publicado un ensayo teórico sobre vanguardismo. El intelectual ostentaba familiaridad con principios de la filosofía de Spengler. Estrenaba prosa enérgica y el poder dialéctico de argumentación que no ha abandonado al ensayista. Cita a Góngora junto a Goya, Whitman, Mallarmé, Wilde, Lautréamont, Rimbaud, Marinetti, Cocteau, Picasso, Tzara, Huidobro. No le es ajena la inclinación hacia los problemas de la plástica, tan palpable en el conjunto de su obra. Lo más sorprendente es que aquel ensayo de juventud está escrito para refutar puntos de vista reticentes sobre las vanguardias, expuestos nada menos que por César Vallejo. Cobra relieve singular una cita extensa, si se piensa que fue esgrimida como argumento en aquellos días de agrio debate a lo largo de toda América:

Pero ha habido sin embargo hombres superficiales que han tomado la vanguardia como una excentricidad de artistas ociosos, como un aspecto de la antigua manía bohemia de epatar a los burgueses, localizándola como propia del grupo que por mayores facilidades de medio y ubicación ha podido vocearla más, colocados sobre esta falsa base han intentado gritar que las nuevas generaciones de América son plagiarias del arte moderno europeo. Uno de éstos es César Vallejo, sudamericano, quien enrostra a las gentes jóvenes del continente tamaña vaciedad. Bien se ve que no se ha tomado el trabajo de saber que pertenecemos a una cultura, en todo el ancho sentido que encierra el puñado de letras, y que un fenómeno de ella ha de arropar a todos los hombres que la constituyen con las necesidades de las fuerzas fisiológicas, sin que puedan decirse plagiarios los unos de los otros, pero sí con el derecho de llamar desertores o rezagados a los que no tienen el valor de colocarse en su momento histórico.

La vanguardia no es ni individual, ni nacional, es un fenómeno de nuestra cultura que cae sobre todos y que estamos en el deber de ponerle los hombros para que se apoye.
Así de maduramente razonaba quien apenas unas semanas después asumiría el papel de ductor ideológico-literario del famoso manifiesto con que se abría válvula. Pero más que en esta última página de combate, en el ensayo de 1927 existe y se exhibe un conocimiento preciso del acontecer literario hispanoamericano por parte de Uslar Pietri. Consideraba precursores de las nuevas modalidades a Darío y Herrera y Reissig, afirmación que la crítica más reciente ha corroborado. Sabía también de la trascendencia que la obra de José Juan Tablada tuvo para el momento germinal de nuestra vanguardia, «cuyos entretenimientos no palidecen ante los Caligrammes de Apollinaire». En otros párrafos recuenta su familiaridad con la evolución de las vanguardias hispanoamericanas, de las cuales menciona: estridentismo mexicano, vedrinismo antillano, nativismo uruguayo de Silva Valdés, creacionismo de Huidobro y la polémica de éste con Reverdy. Semejantes evidencias en un ensayo previo a la aparición de válvula plantean una rectificación. El propio Uslar Pietri, en repetidas ocasiones ha sostenido que por aquellos años de su iniciación literaria era muy poca y fragmentaria la información manejada por él y sus compañeros. De ser así, no por fragmentaria puede colegirse que dicha información estética no hubiera conectado claramente el movimiento venezolano con lo que estaba sucediendo en otras partes del continente. El mejor testimonio lo aporta Uslar. De los textos polémicos reseñados antes a propósito de válvula, si se excluyen las tres notas bien meditadas que publicó Gabriel Espinosa, no se halla ninguna otra página tan medulosa y con manejo más rico de conceptos que el ensayo de Uslar Pietri, producido, insistimos, antes de que se publicara la revista.

Con lo anterior creemos que puedan disiparse las sospechas de parcialidad por preferencias personales cuando se afirma que fue Arturo Uslar Pietri la figura decisiva, por conciencia y actuación, en lo que a estremecimiento literario representó el año 1928 en la vanguardia venezolana. Y más, su papel intelectual estuvo en todo caso a la altura de quienes en otro terreno, el político, desplegaron un frente capaz de conmocionar un país aletargado por depresiones de toda especie.

Entre enero y septiembre de 1928 Arturo Uslar Pietri llena un indisputable primer plano intelectual, tanto por sus intervenciones en el escándalo y la polémica de válvula como por la aparición de su primer libro de cuentos.
En 1929, doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela, se marcha a Europa. Lleva investidura de funcionario diplomático en la Legación de Venezuela ante el gobierno francés y representante ad honorem en la Sociedad de Naciones. Se le ha reprochado innumerables veces el desempeño de esas funciones cuando sus compañeros de aulas universitarias estaban prisioneros o en el exilio. Seguimos creyendo que este criterio puede tener validez histórica para juzgar su conducta política de juventud, pero no como expediente para negar su obra. Además, vistos los hechos desde una perspectiva contemporánea y en contraste con la actitud posterior de muchos protagonistas estudiantiles de 1928, se pueden considerar los hechos sin que medien resentimientos de grupo. Para efectos de la historia literaria, aun así, este criterio resulta estrecho a la hora de valorar obras. En esos mismos años, Julio Garmendia desempeñaba también modestísimos cargos diplomáticos y otro tanto ocurría con Enrique Bernardo Núñez, para citar sólo a aquéllos no involucrados en la cohorte oficial de modernistas y positivistas, plegados incondicionalmente al régimen. En los casos de Garmendia y Núñez, como en el de Uslar, la excepcional calidad de la obra legada diferencia campos. Se hace innegable.

En Europa, Uslar Pietri tuvo oportunidad de afirmar como experiencia lo que en Caracas había sido vislumbre asimilada en páginas de libros y revistas donde se hablaba de nuevas modalidades culturales. El gusto por la pintura se acentúa. Lee con avidez a Breton, Eluard, Maurois, Mauriac, Giono, Michaux, Céline. Frecuenta las tertulias surrealistas de La Coupole. Se actualiza en las controversias generadas a partir del Segundo Manifiesto Surrealista y las ácidas disensiones provocadas entre Breton y sus seguidores, que advienen en detractores. No hace, pues, ni más ni menos, que otros hispanoamericanos con quienes entabla contacto inmediato: Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Luis Cardoza y Aragón, Max Jiménez. Conoce intelectuales europeos que estaban en primera línea de las transformaciones literarias: Rafael Alberti, Robert Desnos, Max Darieux, Jean Cassou, Adolphe de Falgairolles, George Pillement, Curzio Malaparte, Massimo Bontempelli y otros.

Continuos viajes amplían su visión de Europa. Recorre Italia, España, Inglaterra. Lo estimulante para él, sin embargo, sigue siendo la convivencia con la capital francesa:
Hace veinte años yo era muy joven y vivía en París. Estaba entregado a esa ciudad como con una fascinación mágica. Su color, su olor, las formas de su vida, me parecían el solo color, el solo olor, las únicas formas de vida apetecibles y dignas de un hombre verdaderamente culto. A veces me ocurría sonar que me había marchado y me despertaba, en mitad de la noche, con el sobresalto de una pesadilla. Cuando salía a algún corto viaje, el regreso me parecía una maravillosa fiesta.